La vivienda se adapta a la ladera y escalona sus volúmenes para capturar las vistas. El acceso se produce en la cota alta y un recorrido en escalera desciende insinuando, entre muros calados, las estancias que se abren después al paisaje.
La vida diaria se organiza en torno a la terraza-mirador: estar y cocina se prolongan al exterior mediante grandes ventanales, disolviendo el límite interior–exterior. Arriba, las piezas de noche se recogen como cubos superpuestos, protegidos por vuelos y barandillas de vidrio.
Estuco blanco y piedra del lugar dialogan con la perfilería oscura; la madera y el verde aportan calidez mediterránea. Al atardecer, una iluminación cálida subraya aristas y recorridos.